Por Jesús Aisa Díez
El Marco
Internacional para la Práctica Profesional de Auditoría Interna considera al
comportamiento ético de los auditores, así como el de las Unidades que provean
servicios de auditoría, como un aspecto básico y exigible para el ejercicio de
la actividad, según los cuatro principios básicos que incluyen las Reglas de
Conducta aplicables: Integridad, Objetividad, Confidencialidad y Competencia.
Si analizásemos
estos cuatro principios, los tres primeros observaremos que están asociados con
la actitud personal del profesional
respecto del trabajo a realizar, mientras que el de competencia, sería la
condición sine qua non para poder asumir
la realización de una determinada auditoría, es decir la aptitud o capacidad necesaria para ejecutarla.
En este sentido
estos dos bloques de requisitos son complementarios, puesto que, sin una
adecuada aptitud, de poco valdría un comportamiento ético perfecto dado que el
resultado del trabajo corre el riesgo de resultar cuestionable. Igualmente sucedería en sentido inverso, donde teniendo
los conocimientos necesarios para ejecutar el trabajo, éste se realice con
limitaciones de independencia y objetividad.
Partiendo de esta
situación, creo que podemos intentar dar respuesta a la pregunta sobre si
nacemos o nos hacemos auditores. En mi opinión los atributos que definen los
conocimientos técnicos necesarios para ejercer de auditor son adquiridos a base
de formación y experiencia profesional continuada, mientras que, por el
contrario, aquellos que determinan los comportamientos individuales,
independientemente de las posibles influencias culturales del entorno donde se
ejerza la actividad auditora, son básicamente innatos a las personas,
resultando de muy difícil incorporación o alteración, en tanto que se nace con
ellos o sin ellos, pues están en el ADN de cada persona.
En consecuencia,
cuando nos enfrentemos a un proceso de selección de nuevos colaboradores a
integrar en las Unidades de Auditoría Interna, obviamente deberemos valorar el
nivel técnico apreciado en cada uno de los aspirantes al puesto, pero también necesariamente
y de forma prioritaria considerar las características personales de los mismos
respecto de su perfil ético, ya que condicionarán el éxito de la elección, pudiendo llegar a perturbar a la
reputación de toda la Unidad, pues las actuaciones/comportamientos individuales
cuestionables podrán afectar a la imagen que traslademos al resto de la
Organización respecto de la actividad desarrollada.
En resumen, las
habilidades técnicas son fundamentales para un buen auditor, pero estas solo no
son suficientes, hay que tener otras cualidades que permitan completar los
requerimientos necesarios para ejercer la auditoría, no solo en el sentido
ético ya comentado, sino incluso las relativas a la comunicación-tanto escrita,
hablada y corporal-, empatía, habilidad para manejar conflictos, gestión de
iniciativas, etcétera. Las cuales, agregadas a los conocimientos técnicos,
permitirán desarrollar de forma óptima el rol de auditor.
De compartirse
estas consideraciones, podremos decir que el auditor se hace, aunque para poder
alcanzar un nivel de excelencia en el desarrollo de la actividad, el
profesional que se dedique a ella deber nacer con unos determinados atributos
personales que posibiliten el ejercicio de la misma en forma ortodoxa.
Para terminar,
permítaseme compartir la frase de Mahatma Ganhdi que aparece en el frontispicio
de su mausoleo en Delhi : “Mi vida es mi
mensaje”, ya que entiendo encierra la recomendación básica que podemos hacer a
los auditores noveles que accedan a nuestras organizaciones, recordándoles que
somos auditores las 24 horas del día, y que si queremos ser atendidos en
nuestras opiniones, debemos ser coherentes en todos nuestros actos, dentro y
fuera de la empresa.
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