Jesús
Aisa Díez
Un aspecto relevante de la actividad de las
Auditorías Internas, es el correspondiente a la concreción del Plan de
Auditoría a proponer a la aprobación de la alta dirección y al Consejo, ya que
la eficacia de la función auditora vendrá condicionada por una adecuada
selección de los entes auditables, puesto que, si estos no fuesen los más
apropiados, estaremos distrayendo recursos realizando trabajos que no vienen
avalados por las prioridades de atención que deben marcar nuestra acción.
Motivo por el que, desde las Normas del Institute of International Auditors,
se insiste en que: “El director de auditoría interna debe establecer un
plan basado en riesgos, a fin de
determinar las prioridades de la actividad de auditoría interna. Dichos
planes deberán ser consistentes con las metas de la organización.”
Hasta aquí creo que existirá un alto consenso
entre todos los auditores que tengan a bien leer estos comentarios, ya que
parece que es lo adecuado. Pero aceptando lo señalado por la Norma, podríamos
preguntarnos seguidamente, ¿de qué forma el director de auditoría tiene
conocimiento las metas de la organización? .
Obviamente hay diversos modelos, uno de ellos
sería que el responsable de auditoría reciba copia de las actas de los Comités
de Dirección en donde se debaten los temas que afectan al día a día de la
empresa, y donde adicionalmente se deciden los objetivos actualizados de la
misma, una vez identificados los riesgos que la amenacen.
Otra forma es que, si el superior jerárquico del
director de auditoría asiste a dichos Comités de Dirección, que comparta con
este los temas tratados tan pronto disponga de tiempo para ello.
Otra alternativa es que el propio director de
auditoría interna asista a las reuniones del Comité de Dirección, lo cual es,
desde nuestra perspectiva, la mejor de
las soluciones posibles, pero marcando una línea roja que no debería
sobrepasarse, como más adelante veremos.
La presencia del director de auditoría en los
Comités de Dirección, aparte de ser, probablemente, la mejor solución para que este conozca con
inmediatez y total objetividad los temas tratados, también cubren otros
aspectos relevantes destacados por el propio Institute of International
Auditors, como son, por ejemplo, el que el responsable de auditoría sea
considerado como un miembro clave del equipo directivo, o que este sienta que
tiene un “asiento en la mesa” en la que se discute la estrategia de la
organización, tal y como se incluye en el apéndice C-1 correspondiente al
modelo de entrevista con el Director de Auditoría Interna correspondiente a la
nueva versión de las herramientas a emplear en la evaluaciones externas de la
calidad de la función de auditoría (apartados 7.2 y 11.1).
Por consiguiente, a fin de que pueda evidenciarse
por la organización la relevancia funcional del director de auditoría, así como
para cubrir su propia autoestima, su presencia en el Comité de Dirección parece
también aconsejable. Pero tenemos una duda, cual debería ser su rol en dichos
órganos de debate y decisión.
En nuestra opinión entendemos que su presencia
debe ser sin voz y sin voto, solo como oyente y testigo de los debates que se
produzcan, ya que, de no ser así, podría producirse un conflicto de intereses
que condicionaría su posterior independencia y objetividad.
Esta neutralidad en los debates no debemos
considerarla como indiferencia del responsable de auditoría a los temas y
decisiones que puedan producirse en el seno de dichos Comités, puesto que su
mutismo no debe considerarse como asentimiento de lo que se pueda aprobar, ya
que si esto, en su opinión, no es lo que más apropiado, su actuación debería
ser la de comentar sus conclusiones con su superior jerárquico y/o funcional,
tal y como recoge la Norma 2600, a fin de que estos adopten la decisiones que
consideren pertinentes.
En resumen, nuestra opinión es que el director
de auditoría debe estar presente en las reuniones del Comité de Dirección, a
fin de que pueda conocer los distintos puntos de vista de los responsables de
la gestión presentes en el mismo, así como sus conclusiones, pero sin
intervenir o influir en la decisión gerencial que se adopte, ya que eso escapa
a nuestra función, y además condicionaría y comprometería la objetividad de la
función auditora. Por lo que la postura de nuestra amiga Mafalda no responde a
lo que estamos defendiendo, pues sí debemos ver y oír, pero solo debemos
limitar nuestra capacidad de hablar.
Artículo Publicado en el Blog:
Auditoría Interna del Siglo XXI
http://auditoriainternasiglo21.blogspot.com.es/
Jesús Aisa Díez Ex-Subdirector
General Corporativo de Auditoría Interna de Telefónica SA. Director Proyectos
de Evaluaciones de Calidad del IAI España. Director Técnico de FSH Consulting.
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