Javier Fernando Klus,
MBA, CIA.
Entendiendo que las nuevas tecnologías impactarán en los
procesos y los procesos en la forma en que la Función de Auditoría deberá
posicionarse, se plantea el primer gran desafío, el no poder auditar lo que no
se puede entender. El avance de la tecnología cada vez más crea una brecha de
conocimiento que el auditor debe salvar.
Habitualmente, determinados procesos son gerenciados por
algoritmos fruto de la inteligencia artificial, que realmente son difíciles de
comprender. ¿Cómo podemos como auditores analizar estos algoritmos?, ¿cómo
garantizar el correcto funcionamiento? Esta brecha debe ser salvada a través de
la incorporación de nuevos perfiles que permitan lidiar con estos nuevos
desafíos.
En el futuro podremos estar pensando en analistas de algoritmos,
especialistas en big data y otros puestos que hace 10 o 20 años ni siquiera se
nos hubieran ocurrido. La disrupción tecnológica en la auditoría implicará un
reacomodamiento de tareas y perfiles. Lo que sí es cierto es que cada vez más
estaremos hablando de una auditoría que aporte valor; las tareas rutinarias
serán y, de hecho, ya están siendo asumidas por un conjunto de software que
permiten no solo ejecutar la tarea, sino también analizar patrones de
comportamientos en millones de datos, logrando de alguna forma “encontrar la
aguja en el pajar”. Adicionalmente, estas tareas rutinarias están siendo
asumidas por software que realizan el trabajo de forma rápida y sin errores, y
pueden trabajar las 24 horas del día, los 7 días de la semana.
Por lo tanto, el segundo gran desafío es poder, como auditores,
demostrar que aportamos valor en nuestro trabajo. Además, nuestra experiencia,
intuición y juicio profesional son aspectos que hasta el momento ningún sistema
inteligente ha podido replicar, en estas características es donde se deberá
edificar la auditoría del futuro.
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