Antonio Domínguez
En la detección y gestión del fraude debemos partir del modelo
adaptativo (en oposición al criminológico y el patogénico) propuesto por Rogers
y Neumann (2003). Supone asumir que la motivación más habitual del defraudador,
económica pero no en exclusiva, no se basa en un impulso que le hace actuar
intuitiva e irremediablemente, con independencia del contexto, sino en una
respuesta adaptativa para salir de una situación difícil. Se trata de defraudar
en situaciones concretas para buscar finalidades concretas, de tal manera que
el sujeto en un escenario diferente (y más favorable) no vería necesario
recurrir al engaño para obtener un beneficio propio a costa del perjuicio
ajeno.
Autores ya considerados clásicos como el criminólogo Donald R. Cressey
(1961) propusieron que para que un fraude se materialice deben existir tres
elementos; estar en esa situación de necesidad adaptativa (el motivo o
presión), disponer de la oportunidad de cometerlo y concluir que es aceptable o
estaría justificado (racionalización). Estos puntos clave se conocen como El
Triángulo del Fraude. Su investigación se centró en los defraudadores, a los
que llama violadores de la confianza, y esos tres factores necesarios para que
una persona común cometa fraude, corresponderían a:
Incentivo/Presión: Existe un estímulo determinado o el
defraudador está bajo presión, lo que le da una razón concreta para cometer los
fraudes.
Oportunidad: Existen circunstancias del
defraudador (capacidad) y relativas a los controles – pueden ser mínimos,
ineficaces o estar ausentes- que favorecen la oportunidad de perpetrar el
fraude.
Racionalización/Actitud: Serán más proclives al fraude
aquellas personas capaces de justificar un acto fraudulento evitando la
disonancia cognitiva con su ética personal, cuando su actitud, carácter o
valores les permiten, consciente e intencionalmente, cometer dicho acto.
Triangulo del Fraude de Cressey, tomado de TheMoneyGlory.com.
Estos tres componentes son aún más importantes cuando la persona tiene
determinadas referencias morales que le generan dificultad para cometer el
fraude. Entre estas referencias encontramos la credibilidad, el
profesionalismo, la calidad en la prestación de servicios y la confianza. Todo
ello relacionado con el concepto de integridad, asociado con la honestidad y la
sinceridad que forman parte de la conciencia moral el sentido de justicia y
equidad. Por ello, autores como Jensen (2009) y colaboradores, de la Harvard
Business School, proponen que en la empresa, y concretamente en la selección de
personal, la integridad es un factor tan importante como el conocimiento.
La integridad, etimológicamente, no sería un concepto ético o moral,
sino un hecho. Un objeto es o está íntegro cuando cuenta con todos sus
componentes y están dispuestos de manera que cumplan el fin para el que fue
diseñado. Jensen pone el siguiente ejemplo: “En la medida en que nos quiten los
radios de la rueda de la bicicleta, la rueda ya no sería entera y completa, y
eso afectaría a su funcionalidad (capacidad de trabajo) y, en consecuencia, a
su rendimiento”. En las empresas, postula una máxima que conecta la integridad
con la efectividad “En la medida que la integridad disminuye, la oportunidad
para el rendimiento (el conjunto de oportunidades) disminuye”.
Siguiendo a este autor, la integridad implicaría un mayor grado de
madurez en el nivel moral y espiritual, que lleva a la persona a cumplir,
actuando lo más adecuadamente posible en todas las circunstancias e influyendo
positivamente en todo su entorno. Las personas íntegras son personas que
merecen confianza, en las que se puede delegar, irradian y comparten
conocimiento, y gestionan bien las relaciones interpersonales. No obstante y
dado que para Jensen no es un concepto ético, la integridad -al igual que la
inteligencia- podría ser usada para el mal y organizaciones como la mafia
siciliana habrían sido siempre un buen ejemplo, sus miembros son conocidos como
“hombres de honor” ya que se ajustan a un estricto código de conducta,
determinado por su pertenencia a la familia mafiosa y a la propia organización.
Por el contrario, para Stephen Carter, profesor de derecho de la
Universidad de Yale, la integridad (1997) supone discernir entre lo que
consideramos que es justo o correcto y lo que no y actuar conforme a lo
primero, aunque nos suponga algún coste personal. Exige además mantenerse
abiertamente en dicha elección, aun en condiciones adversas y ante posibles
presiones. Sostiene por ello que la integridad resulta cara (integrity is
expensive), llegando a ser un lujo y que actuar de manera corrupta (en lo que
se incluirían determinadas actuaciones íntegras en el modelo de Jensen…) sería,
en general, un buen negocio para quien lo hace.
Este artículo fue publicado en su Blog Fraude
Interno, el cual es un Blog creado con el objetivo de compartir
conocimientos e inquietudes relacionados con el fraude interno, tanto con
profesionales de la auditoria interna como con cualquier empresario o directivo
que no disponga de un departamento de auditoria interna en su
organización. Para mayor información debes visitar:
https://fraudeinterno.wordpress.com/.
¿Te ha gustado la información?
¡Compártela con otro auditor interno!
No hay comentarios:
Publicar un comentario