miércoles, 15 de agosto de 2018

El Triángulo clásico del fraude de Donald Cressey


Antonio Domínguez

En la detección y gestión del fraude debemos partir del modelo adaptativo (en oposición al criminológico y el patogénico) propuesto por Rogers y Neumann (2003). Supone asumir que la motivación más habitual del defraudador, económica pero no en exclusiva, no se basa en un impulso que le hace actuar intuitiva e irremediablemente, con independencia del contexto, sino en una respuesta adaptativa para salir de una situación difícil. Se trata de defraudar en situaciones concretas para buscar finalidades concretas, de tal manera que el sujeto en un escenario diferente (y más favorable) no vería necesario recurrir al engaño para obtener un beneficio propio a costa del perjuicio ajeno.

Autores ya considerados clásicos como el criminólogo Donald R. Cressey (1961) propusieron que para que un fraude se materialice deben existir tres elementos; estar en esa situación de necesidad adaptativa (el motivo o presión), disponer de la oportunidad de cometerlo y concluir que es aceptable o estaría justificado (racionalización). Estos puntos clave se conocen como El Triángulo del Fraude. Su investigación se centró en los defraudadores, a los que llama violadores de la confianza, y esos tres factores necesarios para que una persona común cometa fraude, corresponderían a:

Incentivo/Presión: Existe un estímulo determinado o el defraudador está bajo presión, lo que le da una razón concreta para cometer los fraudes.

Oportunidad: Existen circunstancias del defraudador (capacidad) y relativas a los controles – pueden ser mínimos, ineficaces o estar ausentes- que favorecen la oportunidad de perpetrar el fraude.

Racionalización/Actitud: Serán más proclives al fraude aquellas personas capaces de justificar un acto fraudulento evitando la disonancia cognitiva con su ética personal, cuando su actitud, carácter o valores les permiten, consciente e intencionalmente, cometer dicho acto.

Triangulo del Fraude de Cressey, tomado de TheMoneyGlory.com.

Estos tres componentes son aún más importantes cuando la persona tiene determinadas referencias morales que le generan dificultad para cometer el fraude. Entre estas referencias encontramos la credibilidad, el profesionalismo, la calidad en la prestación de servicios y la confianza. Todo ello relacionado con el concepto de integridad, asociado con la honestidad y la sinceridad que forman parte de la conciencia moral el sentido de justicia y equidad. Por ello, autores como Jensen (2009) y colaboradores, de la Harvard Business School, proponen que en la empresa, y concretamente en la selección de personal, la integridad es un factor tan importante como el conocimiento.

La integridad, etimológicamente, no sería un concepto ético o moral, sino un hecho. Un objeto es o está íntegro cuando cuenta con todos sus componentes y están dispuestos de manera que cumplan el fin para el que fue diseñado. Jensen pone el siguiente ejemplo: “En la medida en que nos quiten los radios de la rueda de la bicicleta, la rueda ya no sería entera y completa, y eso afectaría a su funcionalidad (capacidad de trabajo) y, en consecuencia, a su rendimiento”. En las empresas, postula una máxima que conecta la integridad con la efectividad “En la medida que la integridad disminuye, la oportunidad para el rendimiento (el conjunto de oportunidades) disminuye”.

Siguiendo a este autor, la integridad implicaría un mayor grado de madurez en el nivel moral y espiritual, que lleva a la persona a cumplir, actuando lo más adecuadamente posible en todas las circunstancias e influyendo positivamente en todo su entorno. Las personas íntegras son personas que merecen confianza, en las que se puede delegar, irradian y comparten conocimiento, y gestionan bien las relaciones interpersonales. No obstante y dado que para Jensen no es un concepto ético, la integridad -al igual que la inteligencia- podría ser usada para el mal y organizaciones como la mafia siciliana habrían sido siempre un buen ejemplo, sus miembros son conocidos como “hombres de honor” ya que se ajustan a un estricto código de conducta, determinado por su pertenencia a la familia mafiosa y a la propia organización.

Por el contrario, para Stephen Carter, profesor de derecho de la Universidad de Yale, la integridad (1997) supone discernir entre lo que consideramos que es justo o correcto y lo que no y actuar conforme a lo primero, aunque nos suponga algún coste personal. Exige además mantenerse abiertamente en dicha elección, aun en condiciones adversas y ante posibles presiones. Sostiene por ello que la integridad resulta cara (integrity is expensive), llegando a ser un lujo y que actuar de manera corrupta (en lo que se incluirían determinadas actuaciones íntegras en el modelo de Jensen…) sería, en general, un buen negocio para quien lo hace.

Este artículo fue publicado en su Blog Fraude Interno, el cual es un Blog creado con el objetivo de compartir conocimientos e inquietudes relacionados con el fraude interno, tanto con profesionales de la auditoria interna como con cualquier empresario o directivo que no disponga de un departamento de auditoria interna en su organización. Para mayor información debes visitar: https://fraudeinterno.wordpress.com/.

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