Jesús Aisa Sánchez-Horneros
Como ya hemos comentado en anteriores ocasiones, desde hace algún tiempo las empresas están notando que algunas de sus partes interesadas (Administraciones locales, ONGs ambientalistas, Clientes, etc) les están instando a que comuniquen cuál es el impacto de su actividad sobre el medio ambiente.
Como ya hemos comentado en anteriores ocasiones, desde hace algún tiempo las empresas están notando que algunas de sus partes interesadas (Administraciones locales, ONGs ambientalistas, Clientes, etc) les están instando a que comuniquen cuál es el impacto de su actividad sobre el medio ambiente.
En muchas ocasiones, estas partes interesadas, piden que estos impactos sean comunicados mediantes las denominadas huellas. Como es el caso de la huella ecológica, la huella hídrica, la huella de carbono de producto o de organización, la huella ambiental, la huella social…
Pero no es de extrañar que con toda esta batería de huellas que las organizaciones pueden calcular hoy en día, a los responsables de sostenibilidad y Responsabilidad Corporativa les surjan dudas sobre cuál es la mejor huella a calcular y comunicar.
Pues bien, ciertamente la respuesta no es sencilla. Aunque lo primero que deberían preguntarse es si de verdad es necesario comunicar todas estas huellas, ya que, más allá de una operación de marketing empresarial (que en algunos casos podríamos denominar greenwashing), la comunicación de estas huellas a potenciales clientes o al público en general, no llevan asociados muchos más beneficios.
Me explico. Muchas organizaciones se están decidiendo a comunicar determinados tipos de huellas, simplemente por el hecho de que se ha convertido en una tendencia más o menos habitual. Pero dudo mucho que, a menos de que se sea un especialista en temas de sostenibilidad o que se posea un alto conocimiento de estos temas, la gran mayoría de la población conozca la diferencia existente entre una huella de carbono de alcance 3 y una de alcance 2, o una huella hídrica verde, azul, gris o completa. E incluso, dudo que la mayoría de la población sepa la diferencia entre una huella ecológica, una huella de carbono o un etiquetado energético.
Aunque no quiero que se me mal interprete, me encantaría que se pudieran conocer todos los impactos ambientales de forma cuantitativa de los productos y servicios que adquirimos, pero realmente creo que actualmente el objetivo del cálculo de estas huellas debe ser otro, ya que las organizaciones, a mi entender, deben calcular estas huellas para conocer mejor su propia organización, y de este modo poder mejorar su comportamiento ambiental y por qué no, sus consumos.
Teniendo en cuenta que, por ejemplo: la huella de carbono ofrece el valor de las emisiones de CO2; que la huella hídrica ofrece el volumen total de agua dulce utilizada o contaminada; la huella ecológica estima la superficie que se necesita para producir unos determinados recursos en hectáreas globales; la huella ambiental es una medida del impacto que genera un producto o servicio a lo largo de su ciclo de vida; y que la huella social es la marca medible que una empresa deja en la sociedad por razón de sus operaciones.
Podríamos decir que, al calcular la huella ecológica podremos conocer y mejorar el alineamiento de nuestra situación con respecto a las tendencias del mercado, a fin de ser más competitivos. Mediante el cálculo de la huella de carbono, podremos conocer donde poder reducir nuestro consumo energético, reduciendo costes y anticiparnos a previsibles nuevas regulaciones. Al calcular la huella hídrica, conoceremos las opciones de mejora de consumo de agua, y evitaremos multas por sobrepasar límites legislativos de contaminación…
Es decir, el cálculo de cada una de estas huellas deberá llevar asociados una serie de distintos comportamientos y decisiones de las organizaciones, de los que se derivarán varios beneficios a las mismas. Por lo que cada organización deberá determinar qué tipo de huella es la que más le conviene calcular, por su situación actual y futura, así como por el sector en el que desarrolle su actividad.
Y como ya hemos hablado en anteriores posts. Para ello, las organizaciones pueden ayudarse del trabajo de su equipo de Auditoría Interna.
Como ya sabemos la auditoría, con el fin de conseguir la deseable mejora de su eficacia, pero sobre todo de la eficiencia de la labor desempeñada, utiliza los denominados “indicadores”, bien sean los denominados KRI´s ( Indicadores de riesgos clave) o los KPI´s (indicadores de desempeño). Estos indicadores, en el caso que nos ocupa, han de incidir en los aspectos ambientales que sean pertinentes. Entendiendo como tales a todo aquel elemento de las actividades, productos o servicios relacionados con la organización que puede interactuar con el medio ambiente.
Haciendo una correcta identificación de los aspectos ambientales significativos de nuestra organización, estaremos más cerca de responder a la pregunta que nos hacemos en el título del post, ya que, dependiendo de cuales sean nuestros impactos ambientales, deberemos seleccionar los indicadores apropiados, a fin de poder conseguir los mayores beneficios derivados al calcular la huella adecuada, y tomar las decisiones que procedan.
Jesús Aisa Sánchez-Horneros. Es Ambientólogo por estudios, experto en cambio climático por experiencia laboral y defensor y creyente de la sostenibilidad por convicción propia. Este artículo fue publicado en el Blog Sostenibilidad Tangible.
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