Por Jesús
Aisa Díez
En mi opinión, y
espero que no sea una excepción, sino que coincida con el sentir de la mayoría
de los profesionales que nos dedicamos a la función de Auditoría Interna,
estamos atravesando un momento dulce, pues el trabajo desempeñado es reconocido
como generador de valor en las Organizaciones donde nos desenvolvemos; habiendo
así superado situaciones pasadas en las que, como consecuencia de las
decisiones de los reguladores que demandaban su existencia en determinados
ámbitos empresariales, había que constituir Auditorías al ser algo preceptivo,
pero sin que las partes interesadas estuviesen muy seguras ni de su utilidad,
ni de la función a desempeñar, motivo por el que algunas Unidades de Auditoría Interna (UAI) iniciaron su andadura
como algo testimonial con el que cubrir los requerimientos exigibles.
Esta situación ha
ido evolucionando, y ahora las UAI generalmente son consideradas como un
aspecto imprescindible del control interno, ya que éste no podrá existir si las
empresas no disponen de un adecuado gobierno corporativo, el cual no podría
alcanzarse de no contar con un Comité de Auditoría eficaz, y éste a su vez
sería impensable de operar sin tener, como brazo ejecutor de sus estrategias, a
una función de auditoría interna eficaz y eficiente. Para ello, según la opinión de algunos
especialistas, las Auditorías Internas deben centrarse en las cuestiones y
riesgos críticos, alineando sus propuestas de valor a las expectativas de las
partes interesadas, lo cual requiere en cualquier caso: (i) pensar y actuar de
manera estratégica, (ii) entender el negocio, (iii) ofrecer asesoramiento y
recomendaciones sobre mejores prácticas, (iv) simplificar la comunicación
haciéndola más directa y reducida y (v) ser capaces de anticipar los riesgos
con los que convivirá la empresa.
Reconociendo la
validez y la importancia de cada uno de estos 5 apartados, el último de ellos
es en el que se concentran y materializan básicamente los anteriores, ya que es
el que posibilitará el que puedan adoptarse las medidas precisas con las que conseguir
los objetivos organizacionales establecidos.
Sin embargo, hasta
hace no demasiados años, la actividad auditora basaba su actuación exclusivamente en un modelo tradicional,
según el cual las evaluaciones se llevaban a cabo según un modelo retrospectivo
y cíclico:
- Desarrollándose tiempo después de que hubieran tenido lugar las actividades auditadas.
- Los procedimientos de evaluación solían basarse en un enfoque de muestreo e incluyendo actividades como la revisión de políticas, procedimientos, aprobaciones y conciliaciones.
- Este enfoque limita el beneficio del trabajo siendo de utilidad en la verificación del rendimiento comercial o en el cumplimiento de la normativa.
- Eran descripciones periódicas basadas en hechos pasados.
- Exigían el desplazamiento del equipo auditor al área auditada.
Es decir, no se actuaba de forma prospectiva,
sino retrospectiva, analizando lo ocurrido cuando ya los hechos se habían
producido. Lo cual limitaba el valor de las recomendaciones a aquellos aspectos
a mejorar para que los errores de gestión no se repitieran, perdiendo
oportunidades de hacer diagnósticos preventivos que permitieran actuar
cautelarmente antes de que las amenazas se materializaran. En este contexto los
auditores internos actuábamos como si condujéramos un vehículo, por una
carretera conocida, pero guiándonos solo de los espejos retrovisores.
Esta situación cambió con la posibilidad de
uso de las tecnologías de la información por las UAI, que al igual que sucede para
gestionar cualquier actividad empresarial, ya no es una opción, es una
obligación, que ha agregado a la función auditora la posibilidad de análisis de
grandes volúmenes de datos, modificando el panorama visualizable, lo que
permite detectar alarmas tempranas que posibiliten conocer anticipadamente los
riesgos que afectarán a su Organización o a un proyecto/proceso concreto en el
futuro.
Ahora el parabrisas de nuestro vehículo ya no
es opaco, podremos conducirlo viendo la carretera, pero no solo eso,
dispondremos de unos prismáticos con los que poder ampliar nuestro campo
visual, siempre que manejemos unos adecuados KRI (indicadores de riesgos
clave), con los que poder monitorizar convenientemente la evolución del
negocio, estableciendo las alarmas tempranas que se entiendan oportunas para
reaccionar preventivamente.
Aspecto que, por relevancia en la implementación de las auditorías continuas, dejamos para desarrollarlo con cierta profundidad en otra próxima colaboración.
De momento lo que deseamos compartir es que
si queremos responder a las expectativas que las partes interesadas tienen
respecto del valor a aportar por las UAI´s, se hace preciso que los Planes de
Auditoría han de estar constituidos, básicamente, por entes auditables que
permitan concluir preventivamente sobre las amenazas que se sitúen en el
entorno de la empresa, maximizando la utilidad de las recomendaciones, si éstas
se refieren a riesgos que aún no hayan afectado a los objetivos empresariales.
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