Por Jesús Aisa Díez
Los auditores estamos familiarizados
con la elaboración de nuestros planes de auditoría en base a los riesgos que
existan en la Organización, para ello, como ya hemos tenido oportunidad de
observar en otros comentarios previos en este mismo blog, lo más adecuado es que
levantemos el mapa de riesgos residuales de la Compañía, también llamados mapas
de calor, a fin de observar cuales son
los que, en base a sus dos atributos: impacto y probabilidad, se situarían en
zonas alejadas de la tolerancia al riesgo que la Organización haya asumido para
ellos como compatible con sus objetivos. Es decir, levantado nuestro propio
mapa de riesgos, lo primero que debemos identificar son los riesgos que se
alejen del entorno del riesgo que la Organización haya admitido como coherentes
con sus objetivos, efectuando la supervisión de los procesos en los que estos
se ubiquen, a fin de determinar, a través del análisis de la eficiencia de los
controles existentes, las recomendaciones que se entiendan oportunas para
reconducir dichos riesgos dentro de la zona de tolerancia.
Por ello, lo importante no es
la zona en la que los riesgos residuales se sitúen en el mapa, sino su posición
relativa con respecto al apetito al riesgo que la Compañía haya determinado razonablemente
compatible con los resultados que espera/desea alcanzar.
Dicho de otra manera,
supongamos que un mapa de riesgos convencional de dos dimensiones (impacto y
probabilidad), los riesgos que aparezcan en el cuadrante superior derecho, es
decir los que reflejen una mayor severidad y también probabilidad de
ocurrencia, no necesariamente deben ser objeto de atención en el Plan de Auditoría,
pues esta posición “solo” será inquietante
si fuese contraria a la estrategia de la Compañía, o lo que es lo mismo, cuando
dichos riesgos estuviesen fuera del entorno de la tolerancia al riesgo
establecida.
Por ello, las Organizaciones no
solo deben fijar las metas que se pretenden alcanzar, sino integrar el concepto
del apetito al riesgo en
su planificación estratégica y en el día a día de la toma de decisiones, ya que,
cuando se establece la propensión del riesgo, se está proporcionando un límite
alrededor de la cantidad de riesgo que la organización está dispuesta a
aceptar, condicionando así su estrategia y objetivos. Una organización con un agresivo
apetito por el riesgo podrá establecer metas más ambiciosas, mientras que una
organización que sea adversa al riesgo, con un apetito por el riesgo bajo,
debería establecer metas conservadoras. De manera similar, cuando un Directorio
establece una estrategia, debe determinar si la misma se alinea con el apetito
al riesgo de la organización.
En
este contexto se hace necesario que el apetito al riesgo que se considere conveniente
admitir, teniendo en consideración el estilo de dirección que impere en la
Organización, debe ser comunicado y compartido con las partes interesadas, a
fin de que sirva de guía en el establecimiento de las metas y la toma de
decisiones de modo que mejoremos la probabilidad de alcanzar los objetivos y
mantener sus operaciones.
Esta
directa relación entre el apetito al riesgo que se estime conveniente aceptar y
los objetivos empresariales que se marquen, viene recogida en el Marco para la
Práctica Profesional de Auditoría Interna, en su Norma 2600, la cual señala
que: Cuando el director de Auditoría
Interna considere que la alta dirección ha aceptado un nivel de riesgo residual
que pueda ser inaceptable para la organización, debe tratar este asunto con la
alta dirección. Si la decisión referida al riesgo residual no se resuelve, el
director de auditoría interna debe informar esta situación al Consejo para su resolución.
Por
consiguiente, a Auditoría Interna es a quién también le corresponde la supervisión
de la coherencia entre los objetivos/metas y el apetito al riesgo que se
entienda alineado con el estilo de dirección de la Organización; pero este
monitoreo no solo es aplicable en situaciones de riesgos excedidos, sino
también cuando los niveles de riesgo sean tan conservadores que impidan el
logro de los resultados si estos son ambiciosos, pues no debemos olvidar que sólo
si existe claridad en el apetito por el riesgo que se debe asumir, se podrán equilibrar
los riesgos y las oportunidades.
Hasta aquí mis reflexiones personales
sobre el asunto, pero si alguien se muestra interesado por el tema,
recomendarles la lectura de un relativamente reciente artículo difundido por
COSO sobre este tema, denominado: ERM-Understanding and Communicating Risk Appetite,
que considero muy conveniente conocer.
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