Dr. Nicolás Chafloque Bendezú
«...círculos, círculos; innumerables círculos, concéntricos, excéntricos; un remolino centelleante de círculos que, por su multitud enmarañada de curvas repetidas, uniformidad de forma y confusión de líneas entrecruzadas, sugería una representación del caos cósmico, el simbolismo de un arte desquiciado que intenta lo inconcebible.» 1 Joseph CONRAD, «El agente secreto»
La integridad constituye el pilar esencial de la auditoría interna y, al mismo tiempo, el elemento diferenciador que permite al auditor interno desenvolverse con firmeza en escenarios organizacionales complejos. Su relevancia se potencia cuando se la interpreta a través de imágenes simbólicas, como las que aparecen en El agente secreto de Joseph Conrad, donde se describe un espacio saturado de “círculos, círculos; innumerables círculos… un remolino centelleante de círculos” que proyecta una “representación del caos cósmico”. Esta figura literaria refleja, de forma sorprendentemente precisa, el entorno en que operan los auditores internos: un sistema de intereses entrecruzados, presiones, expectativas y tensiones que pueden alterar el juicio profesional. En esa realidad compleja, la integridad emerge como la guía indispensable que preserva no solo la ética individual, sino también la confiabilidad del proceso auditor interno.
El Principio 1 de las Normas Globales de Auditoría Interna (NOGAI), estableciendo que el auditor interno debe actuar con integridad, entendida como la adhesión firme a valores morales y éticos, la honestidad en cada juicio profesional emitido y la valentía de sostener decisiones basadas en hechos incluso cuando ello implique incomodidad o consecuencias adversas. Este juicio profesional cobra sentido al observar la “confusión de líneas entrecruzadas” descrita por Conrad: un entorno donde distinguir lo correcto puede volverse difícil. En ese “remolino”, la integridad funciona como un punto fijo que orienta al auditor interno y, al hacerlo, sostiene la confiabilidad de su trabajo. Un auditor interno puede operar en un ambiente turbulento, pero su credibilidad se mantiene intacta si su conducta es ética, firme y coherente.
Así como los círculos descritos en el texto parecen perder dirección, en las organizaciones los auditores internos enfrentan presiones que pueden desviar el juicio profesional. Estas presiones pueden ser sutiles o explícitas, pero en todos los casos representan un riesgo directo para la independencia y para la confiabilidad de los informes producidos. Allí se pone a prueba la verdadera integridad: cuando el auditor interno, rodeado de estructuras concéntricas que inducen al desconcierto o a la complacencia, decide mantener su compromiso con la verdad verificable. La integridad, en ese sentido, no solo guía la acción correcta; garantiza que los resultados de su trabajo sean confiables para la dirección, los órganos de gobierno y las partes interesadas.
La metáfora de Conrad también ilumina la realidad de la auditoría interna como un ejercicio que se realiza entre capas dinámicas de información, riesgos y expectativas. Los “círculos excéntricos” evocan los múltiples niveles de impacto que puede tener una observación o un hallazgo. En un entorno donde la complejidad amenaza con desdibujar la objetividad, la integridad se convierte en un acto deliberado: seleccionar evidencia válida, resistir influencias indebidas y presentar conclusiones veraces. Esta conducta es la que permite que la auditoría interna sea percibida como un proceso confiable. La integridad, por tanto, es inseparable de la credibilidad profesional.
Asimismo, la integridad sustenta otros principios fundamentales: la objetividad, la competencia, el debido juicio profesional y la confidencialidad. Sin integridad, ninguno de estos elementos proporciona la confiabilidad necesaria para que la función de auditoría interna cumpla su propósito. Un informe técnicamente impecable, pero éticamente cuestionable, pierde valor. En cambio, cuando el auditor interno actúa con integridad, incluso en medio del caos organizacional, contribuye a generar claridad donde hay confusión y confianza donde existen dudas.
Finalmente, concebir la integridad como guía implica asumirla como un ejercicio permanente y activo. No es una condición estática, sino una práctica consciente en la que el auditor interno reafirma cada día su compromiso con los valores de la profesión. Frente al “arte desquiciado que intenta lo inconcebible” descrito por Conrad, el auditor interno no se deja arrastrar: mantiene su eje ético, y con ello preserva también la confiabilidad del sistema de control interno y del proceso de aseguramiento que se le confía.
En síntesis, la metáfora de los círculos y el caos permite comprender la profundidad del Principio 1. La integridad no solo orienta, sino que sostiene y distingue la actuación del auditor interno. En un entorno donde múltiples presiones se entrelazan y los caminos no siempre son claros, la integridad se convierte en la guía que garantiza la confiabilidad, la credibilidad y el propósito de la auditoría interna.
1 Traducción libre por el autor, y referido de: “García Márquez: Historia de un Deicido. Mario Vargas Llosa. Monte Avila Editores. Impresiones Barcelona-Caracas. 1971. Pág. 4 «...circles, circles; innumerable circles, concentric, eccentric; a coruscating whirl of circles that by their tangled multitude of repeated curves, uniformity of form, and confusión of intersecting lines suggested a rendering of cosmic chaos, the symbolism of a mad art attempting the inconceivable. » Joseph CONRAD, «The Secret Agent».
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