lunes, 14 de enero de 2013

El auditor interno, nace o se hace

Por Jesús Aisa Díez
El Marco Internacional para la Práctica Profesional de Auditoría Interna considera al comportamiento ético de los auditores, así como el de las Unidades que provean servicios de auditoría, como un aspecto básico y exigible para el ejercicio de la actividad, según los cuatro principios básicos que incluyen las Reglas de Conducta aplicables: Integridad, Objetividad, Confidencialidad y Competencia.

Si analizásemos estos cuatro principios, los tres primeros observaremos que están asociados con la actitud personal del profesional respecto del trabajo a realizar, mientras que el de competencia, sería la condición sine qua non para poder asumir la realización de una determinada auditoría, es decir la aptitud o capacidad necesaria para ejecutarla.

En este sentido estos dos bloques de requisitos son complementarios, puesto que, sin una adecuada aptitud, de poco valdría un comportamiento ético perfecto dado que el resultado del trabajo corre el riesgo de resultar cuestionable. Igualmente  sucedería en sentido inverso, donde teniendo los conocimientos necesarios para ejecutar el trabajo, éste se realice con limitaciones de independencia y objetividad.

Partiendo de esta situación, creo que podemos intentar dar respuesta a la pregunta sobre si nacemos o nos hacemos auditores. En mi opinión los atributos que definen los conocimientos técnicos necesarios para ejercer de auditor son adquiridos a base de formación y experiencia profesional continuada, mientras que, por el contrario, aquellos que determinan los comportamientos individuales, independientemente de las posibles influencias culturales del entorno donde se ejerza la actividad auditora, son básicamente innatos a las personas, resultando de muy difícil incorporación o alteración, en tanto que se nace con ellos o sin ellos, pues están en el ADN de cada persona.

En consecuencia, cuando nos enfrentemos a un proceso de selección de nuevos colaboradores a integrar en las Unidades de Auditoría Interna, obviamente deberemos valorar el nivel técnico apreciado en cada uno de los aspirantes al puesto, pero también necesariamente y de forma prioritaria considerar las características personales de los mismos respecto de su perfil ético, ya que condicionarán el éxito de la  elección, pudiendo llegar a perturbar a la reputación de toda la Unidad, pues las actuaciones/comportamientos individuales cuestionables podrán afectar a la imagen que traslademos al resto de la Organización respecto de la actividad desarrollada.

En resumen, las habilidades técnicas son fundamentales para un buen auditor, pero estas solo no son suficientes, hay que tener otras cualidades que permitan completar los requerimientos necesarios para ejercer la auditoría, no solo en el sentido ético ya comentado, sino incluso las relativas a la comunicación-tanto escrita, hablada y corporal-, empatía, habilidad para manejar conflictos, gestión de iniciativas, etcétera. Las cuales, agregadas a los conocimientos técnicos, permitirán desarrollar de forma óptima el rol de auditor.

De compartirse estas consideraciones, podremos decir que el auditor se hace, aunque para poder alcanzar un nivel de excelencia en el desarrollo de la actividad, el profesional que se dedique a ella deber nacer con unos determinados atributos personales que posibiliten el ejercicio de la misma en forma ortodoxa.

Para terminar, permítaseme compartir la frase de Mahatma Ganhdi que aparece en el frontispicio de su mausoleo en Delhi : “Mi vida es mi mensaje”, ya que entiendo encierra la recomendación básica que podemos hacer a los auditores noveles que accedan a nuestras organizaciones, recordándoles que somos auditores las 24 horas del día, y que si queremos ser atendidos en nuestras opiniones, debemos ser coherentes en todos nuestros actos, dentro y fuera de la empresa.

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