Por Jesús Aisa Díez
El pasado mes de
Noviembre, concretamente los días 23 y 24, tuve la oportunidad de atender la
invitación del Instituto de Auditores Internos de El Salvador y participar
en su 3er Congreso, del cual, aparte de
su perfecta organización, debo destacar que permitió reunir a ponentes de
diversas organizaciones y entornos empresariales diferentes -en mi caso por
delegación del Instituto de Auditores Internos de España-. Coyuntura que
permitió un contraste de experiencias que estimo habrán sido de utilidad e
interés para los numerosos asistentes, ya que se trataron aspectos de máxima
actualidad que afectan a la actividad de auditoría interna, así como diversas
mejores prácticas con efectos en su necesaria
eficiencia.
Pero también, y con
muy buen criterio, se contó con la participación de un alto directivo de un
Grupo empresarial salvadoreño, el cual disertó sobre “La Auditoría Interna desde el punto
de vista del CEO”, que fue la
ponencia con la que se abrió el Congreso. Y a ella quiero referirme, pues una
de sus conclusiones considero es de suma trascendencia.
Para este directivo
la función de auditoría interna resultaba fundamental para alcanzar un adecuado
control interno en su organización, ya que, a través de sus Planes de trabajo,
incidiendo en la supervisión de los procesos seleccionados, sería posible
observar y concluir sobre sus carencias, y aportar las sugerencias de mejora
con las que corregirlas. Si bien, para que ello fuese verdaderamente útil, la
opinión de los auditores internos debía ser objetiva; y ahí es donde él
consideraba que radicaba la principal debilidad de la actividad de auditoría
interna gestionada en forma convencional (la desarrollada fundamentalmente por
personas internas de la empresa) ya que, al relacionarse empleados de la propia
organización, con otros compañeros de la misma empresa, entre los que pudiera
probablemente existir un vínculo de amistad, esta circunstancia, en su opinión,
daría lugar a la existencia de conflictos de intereses por los que se
adulterarían probablemente las conclusiones de la auditorías, restándoles rigor
y utilidad.
Por este motivo nos
comentó que en su empresa sí existía la función de auditoría interna, pero
desarrollada por externos, obteniéndose así, según su criterio, un plus de
objetividad. En resumen, tenía una auditoría interna externalizada.
Alternativa contra la
que no tengo ninguna objeción, bien sea esta en modalidad co-sourcing o incluso sourcing;
pero la causa por la que esta modalidad de auditoría se empleaba en esa
organización, sí que nos genera algún rechazo, o al menos incomodidad, pues
entiendo que es una enmienda a la totalidad que resulta demoledora para la
confianza en el trabajo de los auditores internos ejercida en forma
convencional y mayoritaria, por lo que confío que no sea extrapolable a otras
organizaciones, pues incide en un aspecto básico de nuestra función, tal cual
es la calidad del nuestro trabajo realizado.
En este sentido, y
justificando el título que encabeza a estos comentarios, entiendo que hoy en
día no resulta discutible la conveniencia de que las empresas, con
independencia de su tamaño, forma de propiedad, sector en el que desarrollen la
actividad, etcétera, deben disponer todas ellas de una función de auditoría
interna con la que incidir, mejorar y, hasta donde resulte razonable,
garantizar el nivel de control interno de la empresa a través de la revisión de
los procesos básicos de gestión de riesgos, control y gobierno corporativo, lo
cual, obviamente, está representando una oportunidad para los profesionales que
se desenvuelven en el ámbito de la auditoría interna, debido a lo cual estos
ocupan puestos organizacionales de elevado nivel, se relacionan directamente
con la alta dirección y con los miembros del Directorio, estan presentes en los
Comités de Dirección, por citar solo algunas situaciones que reflejan el avance
institucional alcanzado, pero también de las oportunidades que de esa situación
se pueden derivar.