Una vez pasado un tiempo
prudencial para poder observar las distintas reacciones que se han dado por
parte de los agentes implicados en el caso Volkswagen, me han surgido una gran
cantidad de dudas, algunas de ellas con respuesta compleja, o inexistente.
Una de estas preguntas es cómo la
Unión Europea puede estar tropezando otra vez en la misma piedra. La piedra
llamada diésel.
Y es que, si en el subconsciente
popular se encuentra grabada la idea de que los coches diésel son menos
contaminantes que los de gasolina, es porque la Unión Europea hace ya unos
cuantos años, nos vendió esta idea para poder cumplir con los objetivos de
emisiones de CO2 que tenían
establecidos.
Era una idea fácil de creer, ya
que efectivamente los coches diésel emitían (y aún emiten) menos CO2, y
además algunos países como España ofrecían incentivos fiscales para la compra
de coches con estos motores, argumentando esta mejora ambiental.
Pero lo que no nos contaron y
mucha gente antes de todo el revuelo del caso Volkswagen, seguía sin conocer,
es que en cuanto a emisiones de óxidos de nitrógeno, los modelos diésel son
mucho más contaminantes que los de gasolina. Y es que, además de contribuir a
la ya casi olvidada lluvia ácida, estos óxidos de nitrógeno son, según la
Organización Mundial de la Salud, unos potentes carcinógenos.
Admitiendo que la UE hubiese
tomado esta decisión de promover los vehículos diésel para poder reducir las
emisiones de CO2, la misma podría compararse, salvando las distancias, a
la decisión que llevó en los años 50 a matar a más de 40.000 elefantes en
Sudafrica, para parar la desertificación.
Por si alguien no recuerda este
episodio lamentable, dejadme que le refresque la memoria. Como por todos es
sabido, la desertificación de algunas partes de la tierra es un problema
acuciante desde hace muchos años. Y una de las zonas donde antes empezaron a
sufrir este problema fue Sudafrica. Pues bien, por los años 50 el biólogo Allan
Sacory era el responsable de algunos parques nacionales de Sudafrica, y entre
otras tareas debía asegurar la sostenibilidad de sus ecosistemas. Tras sus
investigaciones, llegó a la conclusión de que el suelo de los parques nacionales
donde trabajaba no se regeneraba a tiempo, según él, por un exceso de carga
animal, por lo que era necesario eliminar a más de 40.000 elefantes para
asegurar el ecosistema.
El gobierno de la época confirmó
sus investigaciones y se realizó la matanza. Pero desafortunadamente tras la
misma se comprobó que los suelos no se recuperaban sino que se estaba
deteriorando con mayor ritmo que antes.
Como digo, al igual que Allan
Sacory, estos dos casos podrían ser similares, pues podríamos pensar que la UE
hubiese tomado una mala decisión movidos por un intento de conseguir un planeta
más sostenible. Pero lo que de verdad movía a la UE era desequilibrar la
balanza del futuro comprador de coche hacía los coches diésel, ya que la
industria del automóvil europea había destinado cuantiosas inversiones a la I+D
de este tipo de los motores diésel.
Y podríamos pensar también que
eran otros tiempos, y que al igual que Allan Sacory aceptó su culpa y declaró
que pasaría el resto de su vida intentando remediar su error, cabría esperar
que tras las declaraciones del controvertido alcalde de Londres, que
refiriéndose al tema de los coches diésel dijo que “Esto ha sido un gran
fracaso político. A los millones de ciudadanos que compraron coches diésel se
les dijo que estaban haciendo lo correcto, lo ecológico, y ahora se les acusa
de ser partícipes de la contaminación”, presentando una serie de ayudas a los
conductores londinenses que sustituyan su vehículo de gasóleo por otro menos
contaminante, la Unión Europea iba a aceptar su parte de culpa e intentar
remediar el error.
Pero no, nada más lejos de la
realidad, ya que algunos de los estados miembro (Alemania, Francia, Italia y
España entre otros) piensan rechazar la propuesta de la Comisión Europea para
medir las emisiones de los vehículos en condiciones de conducción real y
presentar unas propuestas más tolerantes con las emisiones. Ya que como dice
Alemania “El motor diésel debería ser protegido”.
Y ojo, que no digo que no se deba
defender a la industria automovilística. Pero hay que tener en cuenta que
cuando se presentaron los límites Euro5 y anteriormente los Euro4 y Euro3, se
levantaron muchas voces críticas del sector reclamando más laxitud en los
límites ya que no serían capaces de alcanzarlos, y luego tras sus inversiones
en I+D correspondiente siempre los alcanzaron.
Es más, ya existen marcas de automóviles
que han conseguido cumplir con la norma Euro6, por lo que no creo que la
Comisión Europea este pidiendo algo descabellado. Más cuando la previsión del
parque de vehículos es a la alta para los próximos años.
Pero es que además, la Señora
Merkel no debería desoír uno de los muchos consejos que nos dejó el gran Albert
Einsten cuando dijo que “No podemos resolver problemas pensando de la misma
manera que cuando los creamos”.
Por todo ello, el caso
Volkswagen, no hace más que situarnos en la triste realidad en la que nos
encontramos. Una realidad en la que aunque grandes empresas y potencias
mundiales siguen hablando de la importancia de la sostenibilidad, a la hora de
la verdad en muchos casos nos demuestran que en sus decisiones el componente
económico anula al social y al ambiental. Todo ello con independencia de los
elefantes, o personas, que tengan que sacrificar.
Esta
información fue tomada del Blog
Sostenibilidad Tangible, el mismo está orientado a temas
relacionados con la responsabilidad corporativa, y sus artículos hacen especial hincapié en la implantación de
los sistemas de gestión ambiental, y en sus auditorías. Por lo tanto esta
especialmente dirigido a los responsables de sostenibilidad, medio ambiente y
unidades de auditoría de las organizaciones, tanto públicas como privadas.
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